viernes, 23 de enero de 2009

El Diablo de blanco

Las noches en el lugar más recóndito del mundo son sombrías y caliginosas. Una vez que el sol se retira por el horizonte, la densidad del aire aumenta y las truculentas sombras se extienden hasta devorar todo rastro de luz que se aventure fuera de las moradas. Y allí, en la macabra oscuridad, que ni los ojos felinos pueden socavar, aún las mentes más cuerdas pierden el juicio; entonces, los sentidos se desaliñan, ya nada es seguro, y la razón, aquel pilar del discernimiento humano, se hunde en un azabache de locura y terror.

Por este motivo, llama la atención que una mujer, arropada con un sobretodo blanco, se encuentre brujuleando por una de las tantas calles sinuosas en este lugar arcano y luctuoso.

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NOMBRE: Señora Olga
EDAD: No sea tan intrépido
PROFESIÓN: Dueña de “Las canas de Olga”, peluquería sin igual, ¿vio?

Fue ayer a medianoche que la vi pasar. Si hace una semana alguien me juraba que los diablos visten de blanco, no le hubiera creído, ¿vio? Pero ayer un diablo blanco, brillante como el fuego, pasó frente a mi peluquería y no sólo eso: también frenó justo en la puerta.
Sí, lo que le digo, frenó, se detuvo, paró en seco. Sólo espero que no me haya echado algún maleficio sobre mi peluquería, ¡lo que me falta! Siete años de mala suerte o algo por el estilo, ¿vio? ¿Por qué no se frenaba frente a la puerta del carnicero de la vuelta? Ese sí que se lo merece. Si supiera lo que cobra por el kilo de entraña…

Eran las 10, ¿vio?, y estaba a punto de empezar mi novela cuando veo un reflejo moviéndose en la pantalla de mi televisión. Por un momento creí que era el viejo Corsario que de nuevo se había trepado al mueble debajo de la ventana, ¿vio?, pero cuando me doy vuelta y miro… ¡Nunca me olvidaré de aquella figura blanca, endiablada!
¿Quién, sino un demonio, camina de noche por este lugar?

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NOMBRE: Corsario
EDAD: Viejo, pero ágil
ESPECIE: Felino doméstico
PROFESIÓN: Gato de compañía, lirón de categoría, merodeador nocturno.

Me estaba enluciendo un poco, justo afuera de la puerrrrta. Me encanta bruñirrrrme a la noche porque la calle está desierrrrta. Los humanos le tienen terrorrrr a la oscuridad. Además, a esas horas sale una felina de prrrrimera, que vive justo en la azotea de al lado. Gatita, le dicen, aunque yo la llamo “Terroncito de azúcar”.

Como le decía, me encontrrrraba sobre el felpudo en la entrrrrada de mi casa, cuando oigo el sonido de unos pasos morosos acercándose. Claro que no me amedrenté. Soy un merodeador nocturrrrno muy experimentado. Simplemente, esperé.

Un tiempo después, una herrrrmosa mujer vestida de blanco dobló por la esquina de la manzana. Al principio, pareció no verrrrme. Entonces, me encontré sin otra opción que lucir mi siempre irrrresistible rabo, bien melenudo y suave. Venga, toque… ¿nota? Mi rabo nunca falla. Fue por esta rrrrrazón que la mujer me vio y frenó. Me saludó, le rrrronroneé y siguió su camino.
Discúlpeme, pero ¿qué veo ahí? ¿Eres tú, mi Terroncito de azúcar? Hasta luego, debo irme prrrronto, prrrronto. ¡Espérame, Terroncito de azúcar! ¡Allá voy!


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NOMBRE: Edna
EDAD: 25 años
PROFESIÓN: Heroína

Mire, no porque sea una heroína, todo lo que haga tenga que ser heroico. Mi salida nocturna de ayer fue meramente eso: una agradable excursión en la oscuridad.
Comprendo que en este lugar tan recóndito no se acostumbre a pasear cuando la visibilidad no es óptima, pero ¿qué diferencia hay con pendonear a plena luz del día? Las calles son las mismas, las curvas también; las únicas notables diferencias, aparte de la opacidad, son los aromas y los sonidos.

A la noche, todo es distinto. La brisa es más fresca y pura, y con ella también se arrima el silencio, un silencio penetrante, punzante, que es como una caricia después de un día de bullicio. La noche es un poema que muy pocos poetas saben contemplar. Yo disfruto del velo nocturno; para mí, no existen los sonidos macabros ni las sombras funestas y espeluznantes. Yo no veo brujas donde hay un árbol ni vislumbro duendes malvados en una mera roca. En mi opinión, la noche opacará mi visión pero definitivamente enaltece otros de mis sentidos. Y es cuando la luna se encuentra en el firmamento, es durante esos instantes, que más disfruto de la vida que tengo.

Así que, le repito: mi paseo de ayer no fue una hazaña valerosa ni tampoco requirió de agallas para llevarse a cabo. Simplemente, tomé mi sobretodo blanco, abrí la puerta de mi hogar y me deslicé hacia el regocijo de las penumbras de la noche…